Itziar Fernández, Comunicación Audiovisual
Lo primero que se siente al decidir pasar un tiempo en el extranjero es miedo. Temes el no adaptarte a una nueva cultura, a su idioma. a echar de menos a tus familiares, cómo pasarán el tiempo sin ti y tú sin ellos. Pero a la vez, te invaden las ganas de descubrir ese sitio, que con el tiempo pasa a ser tu nuevo hogar.
Yo pasé dos años viviendo en Irlanda trabajando como au pair. Lo bueno de viajar para dedicarte a este trabajo es que el tema de la estancia y la comida ya lo tienes solucionado. Los problemas pueden surgir en relación a la familia con la que vas a convivir. En mi caso tuve la suerte de toparme con una familia excelente que me recibió con los brazos abiertos. En unas pocas semanas me sentí como un miembro más de la familia. Además, justo habían ampliado la familia con una perrita que resultó ser mi mejor compañera.
Las dos primeras semanas apenas pronuncié una palabra. Me ponía tan nerviosa al tener que hablar en otro idioma que ni era capaz de decir un simple “hello”. Poco a poco se va cogiendo confianza y se aprende muchísimo.
Otro asunto que me preocupaba era hacer nuevas amistades, pero la realidad es que hay muchas más personas que se encuentran en la misma situación que tú. Por lo que es bastante sencillo conocer gente nueva con la que compartes gustos y aficiones. Esas amigas pasan a ser parte de tu familia. Yo tuve la suerte de formar un grupo de amigas con las que congeniaba muy bien y cada fin de semana nos íbamos de viaje a un sitio distinto al rededor de Irlanda para conocer todos sus rincones.
En definitiva, pasar tiempo fuera de casa es muy enriquecedor tanto para desarrollarte como persona y conocerte mejor, como para valorar más la familia y las amistades. Puede asustar pero siempre se sacará algo positivo de la experiencia.
